Imagínate esto: el sol se asoma detrás de los troncos pálidos de los árboles mientras el balido lejano de las cabras resuena en un paisaje polvoriento. Aquí, en el noreste de Brasil, se despliega una sinfonía única de vida en Malhada de Areia, una zona rural en el estado de Bahía donde la comunidad mezcla innovación y tradición para fortalecer uno de los ecosistemas más raros del mundo.

Cuando piensas en Brasil, seguramente se te viene a la cabeza la inmensa selva amazónica. Pero este país tan extenso tiene seis biomas distintos, incluyendo uno de los más singulares y menos conocidos: la Caatinga. Este bioma, que es hogar de 27 millones de personas y cubre casi 850,000 kilómetros cuadrados en diez estados, solo existe en el noreste brasileño.

Famosa por sus paisajes impactantes, verdes en la temporada de lluvias y áridos y escasos la mayor parte del año, la Caatinga es una de las regiones semiáridas con mayor biodiversidad del mundo. Además, es el corazón de la vida en pueblos como Malhada de Areia. Aquí, los esfuerzos impulsados por la comunidad están transformando el futuro de la tierra, y el de quienes dependen de ella.

La vida en la Caatinga

“De aquí sacamos nuestro sustento”, cuenta Iracema, presidenta de la asociación comunitaria local de Malhada de Areia. Sus palabras reflejan un sentir que ha pasado de generación en generación. Malhada de Areia es lo que se conoce como una comunidad de fundo de pasto, algo típico en la Caatinga, donde la organización social está basada en el uso comunitario de la tierra y los recursos naturales para sistemas de pastoreo y pequeñas fincas familiares. Las familias dependen de la tierra para medicinas y alimentos, incluyendo frutas nativas como el umbu (fruto ácido y jugoso, perfecto para dulces y mermeladas) y el licuri (una pequeña y nutritiva nuez de palma que se come fresca o tostada).

Pero la Caatinga no solo ofrece recursos; su entorno está arraigado en la cultura local. “Nuestra manera de vivir acá es la creación misma. No sabemos vivir de otra forma”, dice Iracema. “Si nos fuéramos a la ciudad, estaríamos completamente perdidos”. El nombre Caatinga significa “bosque blanco” en lengua tupi-guaraní, haciendo referencia a los troncos pálidos y desnudos de los árboles que pierden sus hojas en la sequía para ahorrar agua. Pero bajo ese exterior desolado, la Caatinga rebosa de vida. Aquí viven miles de especies, incluyendo al menos 1,200 tipos de plantas, 591 especies de aves y 221 variedades de abejas solo en la región, lo que la hace increíblemente rica en biodiversidad.  

Y esto importa, porque la biodiversidad es el motor de los ecosistemas del planeta: regula el clima, apoya a los polinizadores y mantiene biomas vitales. Pero está cada vez más amenazada por el cambio climático: el aumento de las temperaturas, la desertificación (cuando tierras productivas se vuelven estériles), y la expansión de la agricultura industrial junto a la deforestación han hecho que la Caatinga sea uno de los biomas más vulnerables de Brasil. En Malhada de Areia, estos cambios no son solo noticias; son una amenaza directa al modo de vida de la comunidad.

Recaatingamento: dejar descansar para recuperarse

Aquí entra el “Recaatingamento”, una estrategia de reforestación impulsada por el Proyecto Pró-Semiárido (PSA), un programa de agroforestería que financia tecnologías y talleres comunitarios con el apoyo del gobierno de Bahía y el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), parte de la ONU. El término básicamente significa “re-caatingar”, o proteger la tierra para darle tiempo y espacio a regenerarse.

En la comunidad de Malhada de Areia, esto significa cercar 449 hectáreas de tierras comunales para evitar el sobrepastoreo y permitir la recuperación. “Fue un trabajo duro”, recuerda Iracema. “Todo fue cercado en colectivo. Fuimos mujeres, jóvenes, niños, personas mayores, y así vimos lo fuerte que somos juntos”.

Dentro de la zona protegida, las plantas nativas están volviendo, la fauna local reapareció y ahora las familias diversifican sus ingresos con la producción de miel y frutas.

“Ya aprendimos a preservar la Caatinga”, agrega Rodrigo Nonato da Silva, vicepresidente de la asociación, recordando los talleres en los que aprendieron sobre prácticas agrícolas regenerativas, en vez de destructivas como la tala y quema. “Lo que cambió después del curso fue nuestra manera de pensar sobre la preservación, la conciencia de nuestra comunidad y de las comunidades vecinas”.

“El recaatingamento ya es parte de nuestra Caatinga, así lo sentimos. Cuando la destruimos, solo vimos resultados negativos. Hoy lo miramos distinto.”  

Enfrentando la desertificación

Aún así, la amenaza de la desertificación es gigante, ya que en la Caatinga el 13% del suelo ya es estéril. Pero Malhada de Areia está demostrando que sí hay soluciones. La llegada de técnicas como las cisternas y pequeñas represas de piedra ha ayudado a frenar la pérdida de agua y mejorar la calidad del suelo. Además, plantar especies resistentes como los árboles de aroeira contribuye a restaurar la fertilidad y funciona como protección frente a climas extremos. Estas soluciones pueden escalarse y servir de modelo para otras comunidades de la Caatinga.

La clave de todo esto es el conocimiento íntimo que tiene cada comunidad de lo que la Caatinga necesita. “El recaatingamento es nuestra forma de preservar”, dice Rodrigo. “No se trata solo de plantar más plantas, sino de dejar que se regeneren solas y veamos los resultados aquí, con nuestros propios ojos”.

Y este esfuerzo tiene efectos en cadena. Aunque su paisaje parece seco, la Caatinga es uno de los mejores sumideros de carbono de Brasil, demostrando su gran potencial en la lucha contra el cambio climático. Siendo que el 99% de las plantas locales podría desaparecer para 2060, la urgencia del recaatingamento es más clara que nunca.

Fortaleciendo la comunidad

Pero esta estrategia no es solo técnica; también se trata de empoderar a la comunidad, sobre todo a las mujeres. Iracema resalta la capacitación que recibió a través del PSA: “Con el proyecto llegó también el aprendizaje para que nos empoderemos, para darnos cuenta de que las mujeres sí tenemos nuestro lugar. Nuestros padres nos criaron creyendo que solo debíamos ser amas de casa. No. Ahora tenemos otros espacios que el semiárido nos dio para ser más fuertes.”

Esta forma de pensar ha fortalecido los lazos comunitarios. Cuando la ocupación ilegal amenazó los derechos de tierra de los miembros en 2015, la comunidad se unió para defenderse y logró el reconocimiento formal de su hogar ancestral. Ese mismo espíritu de unidad impulsa hoy los esfuerzos de conservación. “Este proyecto nos dio la certeza de lo fuertes y unidos que somos”, cuenta Iracema. “Fue un trabajo duro, pero terminamos celebrando”.

El futuro de la Caatinga

A pesar de los desafíos, comunidades como Malhada de Areia nos dan motivos para tener fe en el futuro de la Caatinga. Como guardianes de la tierra, esta comunidad está comprometida con proteger el bioma hoy pensando en las generaciones que vienen. “Cuidamos la naturaleza porque nos preocupa que en el futuro, nuestros hijos no conozcan lo que ahora tenemos”, advierte Iracema.

La degradación de biomas únicos como la Caatinga demuestra que las acciones locales impactan a nivel internacional. Cada gota de lluvia que se aprovecha, cada árbol que logra crecer y cada acción comunitaria son pasos hacia un futuro más sostenible. Con buena infraestructura, políticas públicas adecuadas y esfuerzo colectivo, el PSA está demostrando que es posible ayudar a restaurar incluso los ecosistemas más frágiles. Como dice Rodrigo, “La Caatinga es nuestra forma de vivir. Hay que mantenerla en pie”.

Editorial

Defiende el planeta

Semidesértico y lleno de vida: Resiliencia en la Caatinga de Brasil

Por Victoria MacKinnon