Esta doctora nigeriana exhorta a los países ricos a que cumplan sus promesas sobre el COVID-19

Autor: Jacky Habib

Photo by Mansur Abubakar

Una noche que la Dra. Ayoade Alakija contestó una llamada a las 11:30 p.m., escuchó la voz de un niño en la línea: “Mami no puede respirar, mami no puede respirar”.

Al fondo, escuchó niños que lloraban y entendió que su mamá Elizabeth tenía problemas para respirar. 

Alakija, una doctora residente de Abuja, Nigeria, conocía a Elizabeth como la esposa de uno de los miembros de su personal. Actuó rápidamente e hizo planes para que Elizabeth fuera inmediatamente trasladada a un hospital.

Antes de brindarle asistencia médica a Elizabeth, el hospital solicitó un depósito de más de $1,000 dólares.

Mientras Alakija transfería el dinero, recibió un mensaje de texto que le informaba que Elizabeth había muerto.

“[Enviaron] a [sus] cuatro niños… a un pueblo a vivir con parientes. Nunca conocerán el amor de una madre”, Alakija afirmó a Global Citizen. “Dios sabe cuáles serán sus oportunidades en la vida. El más grande tendrá que ser el proveedor [de cuidados ] principal a los 10 años”.

Elizabeth, quien falleció en el pico de la oleada del coronavirus Delta de 2021, no fue sometida a una prueba de COVID-19 ni tampoco le hicieron una autopsia. La causa de su muerte fue atribuida al asma, aunque nadie sabía que padeciera dicha enfermedad.

Para Alakija los recordatorios de los sistemas de asistencia médica rotos en medio de una pandemia global están por todas partes. 

“Él [el esposo de Elizabeth] justo me saludó y sus ojos estaban hundidos y atormentados”, afirmó, por sobrellevar la pérdida de su esposa de 37 años.

En 2021, Alakija contrajo COVID-19 y pasó 10 semanas en la cama. En algún momento, no estaba segura si sobreviviría y tuvo una conversación con su esposo sobre qué hacer en caso de muerte.

Casi una año después, lidia con la efectos secundarios del virus, incluyendo mareos y vértigo.

Durante los primeros meses de la pandemia, Alakija tenía la esperanza de que la solidaridad global ayudaría a acabar con la pandemia en todo el mundo, ya que los países más ricos del planeta se comprometieron a suministrar vacunas a los países más pobres, con la meta de vacunar 70% de toda la población total de cada país para mediados de 2022. Hasta abril, la tasa de vacunación global seguía por debajo de 60% y países como Haití solo había vacunado 1% de su población.

“Todos estábamos de manera desesperada rezando y con la esperanza de que [las vacunas] llegaran y nos salvaran de este horrible virus que se ha apoderado del mundo”, afirmó Alakija. “Luego las vacunas aparecieron y se olvidaron de nosotros”. 

Una activista que pregona la igualdad en la salud global, como codirectora de la  African Union’s Vaccine Delivery Alliance, Alakija se sorprendió cuando le pidieron que fuera la Enviada Especial de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y codirectora del Access to COVID-19 Tools Accelerator.

Describe su papel como “intenso” y no se cohíbe al criticar a los actores globales y a los países ricos que exacerbaron la desigualdad durante la pandemia.

Según Alakija, la raíz de esta desigualdad es el racismo. 

“Muchas vidas no se valoran igual. Una vida en Cairo no vale tanto como una vida en Copenhagen, una vida en Nueva York no vale tanto como una vida en Nairobi”.

A principios de la pandemia, conforme los países ricos acumulaban vacunas, suministrar vacunas en el sur del planeta era un obstáculo importante. Cuando las vacunas comenzaron a llegar a los puertos y aeropuertos de los países en desarrollo, las oportunidades de foto y la divulgación en la prensa abundaban. 

Sin embargo, los planes y los presupuestos para garantizar que las vacunas llegaran hasta el “último rincón” eran insuficientes –término usado para describir el último tramo al transportar productos a su destino final, a menudo a lugares remotos o de difícil acceso–.

En el sur de Sudan, debido a una falta de infraestructura, la distribución de las vacunas cuesta mucho más que las vacunas mismas, pero esto no se tomó en cuenta en el presupuesto de manera adecuada, afirmó Alakija. El resultado fue una tasa de vacunación baja, que condujo a que las vacunas casi caducaran, las cuales fueron donadas por Sudán a países vecinos.

“Cuando las personas con residencia en Ginebra, Nueva York o Londres, que no comprenden totalmente cómo funcionan las cosas en el territorio y tomando estas decisiones, sus intenciones son buenas, [pero] sencillamente no entienden”, afirmó Alakija.  

Y tanto abogó Alakija que terminó agotada.

“Sentía que estaba golpeando mi cabeza contra una pared de ladrillos. Sentía que gritaba en el desierto. Me aburrí del sonido de mi propia voz”.

Puedes sentirte aislado al ser la única persona en una habitación que representa un punto de vista particular, afirmó. Algunas veces, cuando expresa con intensidad asuntos de equidad, afirma que piensa para sí misma: “Mejor no ser la mujer negra, gritona, enojada de la habitación”.

Alakija pasa la mayor parte de su tiempo pidiendo a los países ricos que cumplan sus promesas, ya que muchos se han echado para tras debido a los reportes de “pocos” casos y la baja mortalidad por COVID-19  en los países al sur del planeta. Sin embargo, Alakija afirma que las cifras no son exactas. 

“Tenemos una tasa de morbilidad baja, porque la métrica a través de la cual se mide la pandemia es en sí misma inadecuada”, afirmó. 

Si bien los países desarrollados señalan las cifras de hospitalización en aumento y la saturación de las unidades de cuidados intensivos, muchos países de bajos ingresos carecen de infraestructura médica e información. 

“¿Donde está el hospital en Kibera [un asentamiento informal en Kenia]? ¿Dónde está el hospital en Oshodi [en Nigeria]? No contamos con sistemas de salud. Por lo tanto, no hay nada que medir que esté saturado”, explicó Alakija.

Además, la información de las pruebas de COVID-19 ha sido utilizada en muchos países para indicar la propagación del virus, pero los países en desarrollo en general no tienen el mismo acceso a las pruebas.

“Es como la escuela de salud pública de Donald Trump. Si no haces pruebas y mides [los datos sobre el COVID-19] entonces no hay COVID”, afirmó, refiriéndose al expresidentes de Estados Unidos, Donald Trump, quien afirmó que el país no tendría “casi casos” de coronavirus si dejaron de hacer pruebas. 

En Zambia, una encuesta de mortalidad retroactiva mostró que uno de cada tres cadáveres dio positivo a la prueba de coronavirus, una tasa mucho más alta que los datos oficiales del país, que atribuía una de cada diez muertes al virus. 

Según Alakija, tasas similares pueden esperarse en otros países al sur del planeta. Si bien falta la información, afirma que la evidencia anecdótica es alarmante.

Alakija puede pensar de un sinnúmero de adultos mayores y amigos de la familia de los pueblos de Nigeria que murieron durante la pandemia y quienes no fueron sometidos a una prueba de COVID-19. En su lugar, se dijo que sus muertes se debían a causas como la malaria, aunque tampoco fueron sometidos a una prueba de dicha enfermedad. 

“Debemos empezar a hablar de diagnósticos para que nadie diga que la gente muere de asma cuando en realidad murió de COVID”, afirmó Alakija, al recordar la muerte de Elizabeth. 

Sufrir la pérdida de vidas a gran escala es común en países en desarrollo, según Alakija, pero el “duelo es un lujo” cuando la gente está preocupada de las necesidades básicas como electricidad o de su próximo alimento. 

“Hemos endurecido nuestros corazones. De otro modo, se romperían una y otra vez”, afirmó. “Realizamos los ritos, las abluciones y las prácticas tradicionales, y seguimos adelante porque vamos a tener que hacerlo otra vez la próxima semana”.


Si los últimos dos años nos han enseñado algo sobre la salud global, es la importancia de las vacunas. La World's Best Shot es una serie de perfiles dedicados a compartir las historias de los activistas a favor de las vacunas en todo el mundo.

Declaración: Esta serie fue posible con fondos de la Fundación Bill y Melinda Gates. Cada historia se produjo con independencia editorial total.