Por Dylan Baddour

CUCUTA, Colombia 21 de abril (Fundación Thomson Reuters) - Fuera de una iglesia en la ciudad colombiana de Cúcuta, Martha Carbajalino sostiene nerviosa un montón de papeles en sus manos, mientras espera junto con un numeroso grupo de padres migrantes venezolanos para inscribir a sus hijos indocumentados en el colegio.

Al igual que otras 1,5 millones de personas en los últimos dos años, Carbajalino, de 46 años, huyó del hambre y la violencia del colapso económico y de una crisis política en Venezuela.

Hace un mes ella, junto con su hijo y su madre, discapacitada tras haber sufrido un ataque al corazón, cruzaron la frontera para ganarse la vida en Cúcuta, una ciudad que recibe a muchos venezolanos que abandonan su tierra natal.

El presidente colombiano, Juan Manuel Santos, describió la situación en Venezuela, con su hiperinflación y severa recesión, como una "crisis humanitaria". Colombia está invirtiendo millones de dólares para apoyar a los migrantes, dijo durante una reciente visita a la frontera.

Carbajalino espera que Luis Angel, su hijo de 7 años a quien le gusta dibujar robots, ingrese pronto a la escuela, pero no sabe cómo.

"Se me cierran todas las puertas", dijo entre lágrimas frente a las oficinas de Scalabrini International Migration Network, una organización católica de ayuda a inmigrantes.

"No tengo adonde ir y aquí, dicen, ayudan", dijo Carbajalino.

Miles de niños venezolanos en Cúcuta no van a la escuela por lo que pasan sus días solos, siguen a sus padres, venden artículos en las calles o mendigan.

Cada día llegan más. Alrededor de 40,000 venezolanos ingresaban legalmente a Colombia cada mes hacia fines de 2017, según las autoridades colombianas, y se cree que miles ingresaron ilegalmente.

A lo largo de la frontera venezolana, las ciudades están luchando para enfrentarse a esta situación. La semana pasada, los líderes del estado brasileño de Roraima pidieron permiso a la Corte Suprema para cerrar temporalmente su frontera para detener la llegada masiva.

Si bien muchos venezolanos que tenían los medios para emigrar legalmente huyeron hace años, aquellos que se van hoy a menudo buscan empleos que les permitan poder enviar dinero a sus familias en sus países de origen. Pocos buscan asilo político.

Los grupos de ayuda y las autoridades advierten que la pobreza más la falta de escolaridad o la supervisión diaria empujarán a los niños a las filas de los grupos del crimen organizado de Colombia.


"Si no se educa a un niño, no se puede corregir eso. Se cambia totalmente la trayectoria de su vida", dijo Yadira Galeano, gerente del Consejo Noruego para los Refugiados en las zonas fronterizas de Colombia.

"Muchos niños terminan siendo sujetos fáciles para grupos criminales o armados".

En enero, Colombia promulgó un decreto nacional que permite a todos los niños extranjeros registrarse y asistir a la escuela mientras ordenan sus documentos y su estado legal.

Pero para los hijos de venezolanos indocumentados, obtener pasaportes es prácticamente imposible.

"Sabemos que Venezuela no está ayudando en absoluto. No están entregando pasaportes", dijo Jonathan Mejía, el funcionario a cargo de la inscripción escolar en Cúcuta, una ciudad de aproximadamente 670,000 personas.

"Necesitamos el apoyo del gobierno nacional en este proceso de legalización de documentos", dijo a la Fundación Thomson Reuters.

Colombia se ha llevado la peor parte del éxodo de venezolanos que huyen de su otrora próspera nación: el número de personas que viven dentro de sus fronteras aumentó en un 62% en la segunda mitad del año pasado a más de 550,000.

En Cúcuta, casi 4.000 estudiantes extranjeros, en su mayoría venezolanos, se han inscrito en la escuela. Pero nadie sabe cuántos hijos de familias con dificultades permanecen fuera de la escuela, según eplicó el padre Francesco Bortignon, director de la misión local de Scalabrini.

"La escuela no es una prioridad", dijo el sacerdote. "La prioridad es la comida".

Cesar Gil, de 51 años, vende café en un tranvía con sus cuatro hijos pequeños a cuestas.

En un día típico, salen de su habitación alquilada antes del amanecer y regresan al caer la noche con ganancias de alrededor de $5. Sobreviven con papas fritas y pasteles de maíz.

Gil había matriculado a sus hijos, todos indocumentados, en la escuela de Cúcuta.

Pero el director llamó a la policía una semana después cuando Gil llegó tarde para recogerlos al final del día.

"Lo hacen porque somos venezolanos", dijo Gil. Temiendo problemas con las autoridades, retiró a sus hijos de la escuela.

Los venezolanos en las escuelas están agotando los recursos de Cúcuta y se necesitan más fondos del gobierno nacional para contratar maestros, según Mejía.

Algunas de las 59 escuelas de la ciudad han tomado más de 220 nuevos estudiantes sin agregar maestros, dijo Mejía.

Algunos locales han intervenido, como tres oficiales de policía que se ofrecieron como voluntarios para impartir dos clases semanales.

"Si no estudian, es más probable que terminen como delincuentes en la calle", dijo Jessica Sepúlveda, oficial de comunicaciones de la policía de Cúcuta.

En las colinas a las afueras de Cúcuta, alrededor de 630 estudiantes asisten a una escuela de seis aulas en dos turnos diarios. Hace tres años había 400.

El área está rodeada de casas de concreto y madera ocupadas por familias venezolanas. Algunos viven en refugios hechos en base a materiales recuperados.

"Llegan aquí sin nada, sin lápiz ni papel", dijo Arley Laguado, director de la escuela primaria Juan Bautista, que es parte de la misión Scalabrini.

"Viven entre cuatro palos y una lona verde con seis personas".

Yadira Albernia, la secretaria de la escuela que entrevista a nuevas familias, dijo que muchos estudiantes que llegan demoran a sus pares colombianos en educación.

Un venezolano de 9 años llegó sin haber asistido nunca a la escuela, y un niño de 12 años se evaluó a nivel de un niño de 7 años, dijo Albernia.

La escuela, que obtiene fondos públicos de Colombia y organizaciones que incluyen el Programa Mundial de Alimentos y la Alta Comisión de los Refugiados de los Estados Unidos, dona uniformes a la mayoría de los recién llegados.

Además ofrece una comida caliente todos los días y los maestros donan cuadernos y útiles.

La escuela Juan Bautista dijo que había optado por aceptar a todos los estudiantes del área.

Pero Laguado, el director de la escuela, dijo que la escuela ya está alcanzando sus límites. Ya, las aulas destinadas a 30 niños tienen 40.

"Abrimos nuestras puertas a todos", dijo Laguado. "Pero sucederá que llegue el día en el que no tengamos más espacio".

(Reporte de Dylan Badddour, Edición de Anastasia Moloney y Ellen Wulfhorst. Traducción: Erica Sánchez. Más información en: http://news .trust.org)

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