La Dra. Ijeoma Opara es profesora adjunta en la Escuela de Salud Pública de Yale y directora del Substance Abuse and Sexual Health Lab, que se enfoca en el uso de sustancias y en la investigación para prevenir el VIH en adolescentes de las comunidades hispana y afroamericana. Obtuvo un doctorado en ciencia familiar y desarrollo humano de la Montclair State University, una maestría en trabajo social de la New York University y una maestría en salud pública en epidemiología del New York Medical College.
A continuación relata cómo alguna vez tuvo dudas sobre las vacunas del COVID-19, y por qué finalmente decidió acunarse y empezar a divulgar su mensaje entre sus seres queridos.
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La pandemia ha sido todo un reto para mí y para mis seres queridos. Soy tutora legal de mi hermano mayor, que padece autismo y vive en un hogar grupal cercano. Perdimos a nuestra mamá en 2003 y me convertí en su tutora legal cuando nuestro padre murió en 2010. Aunque mi hermano no es verbal, nos entendemos, lo que fascina a muchas de las personas que atestiguan nuestras interacciones.
Desde que nuestro padre murió, los domingos los dedico solo para mi hermano y para mí.
Cuando el COVID-19 nos afectó en marzo de 2020, nuestras visitas semanales se redujeron a la mitad debido a las disposiciones de cuarentena. Durante una de nuestras visitas, mi hermano trató de abrazarme pero el personal del hogar grupal se lo impidió porque no quería que tocara a nadie externo. Incluso me duele escribir esto porque nuestros abrazos eran muy especiales para los dos. Era una de las maneras de comunicarnos el cariño que nos tenemos.
Finalmente, en marzo de 2021, pude abrazar a mi hermano después de que ambos fuimos vacunados con Pfizer. Siempre estaré agradecida con la ciencia por esto.
Hay muchas teorías de conspiración en torno a las vacunas del COVID-19, comenzando por afirmaciones como: la vacuna es el “Mark of the Beast”, la vacuna es un microchip que te sigue una vez que te lo inyectan en tu cuerpo, la vacuna causa herpes. Estas son creencias que no están respaldadas por la ciencia o son fiables, y están, desafortunadamente, enraizadas en el miedo a las vacunas cuando en realidad son seguras.
Soy profesora adjunta en la Stony Brook University y la directora del Substance Abuse and Sexual Health Lab, donde nos enfocamos en el uso de sustancias y en la investigación para prevenir el VIH en los adolescentes de las comunidades hispana y afroamericana. Obtuve un doctorado en ciencia familiar y desarrollo humano de la Montclair State University, una maestría en trabajo social de la New York University y una maestría en salud pública en epidemiología del New York Medical College. Amo la educación y la investigación y me apasiona mucho mejorar los resultados de la salud de las personas afroamericanas.
Sin embargo, alguna vez también creí en las teorías de conspiración, así que entiendo la forma de pensar detrás de la gente que se deja engañar.
En mayo de 2020, hablé con un amigo mío que es profesor en epidemiología y le conté acerca de mis preocupaciones, sobre si el gobierno ocultaba la verdad acerca del COVID-19 y las vacunas.
Respondió, “Ijeoma, ¿recuerdas todos los años que asististe a la escuela? ¿Recuerdas todas la publicaciones que has escrito y que sigues escribiendo sobre el uso de sustancias y la prevención del VIH? Conoces tu área más que nadie y has trabajado muy duro para obtener tu doctorado. Entonces, ¿por qué no confías en el Dr. Fauci y en los otros científicos que te están diciendo cómo prevenir el contagio del COVID-19? Es su trabajo y han estudiado virus como éste durante décadas”.
Al decirme eso, todo comenzó a tener sentido. Me puse en sus zapatos y recordé que obtener un título final (como un doctorado o un doctorado en medicina) requería un nivel de dedicación y obsesión límite para conocer los pormenores de un área específica. No soy inmunóloga , viróloga o científica en biomedicina, entonces, ¿por qué no escucharía a los expertos de un área en la cual no fui capacitada? Es su trabajo protegerme y proteger a otros contra los virus.
Soy científica social y sé lo difícil que es llevar a cabo estudios de investigación y pruebas clínicas y posteriormente publicar los hallazgos para la comunidad científica. También estoy consciente de la falta de confianza histórica de la investigación conectada a la decepción y al daño internacional de grupos minoritarios étnicos en Estados Unidos. Debido a dichas circunstancias desafortunadas, existen muchos niveles y barreras implementadas como el Institutional Review Board, comités éticos y examinadores colegas que son expertos en el campo. Y todos ellos se desempeñan como guardianes contra la ciencia falsa. Entiendo los miedos, pero estoy convencida de que las vacunas del COVID no serían autorizadas sin tener buena evidencia de su eficacia.
Para ser claro, todo —desde nuestras medicaciones en el mostrador, los alimentos que comemos, el agua que bebemos, hasta las vacunas que la mayoría de estadounidenses deben tener para incluso asistir a la escuela— es posible gracias a la ciencia. El movimiento antivacunas, anticiencia, no solo es aterrador, tampoco está enraizado en la realidad.
Hace poco que compartí una historia personal en Twitter de una conocida que murió de repente de COVID. Por respeto a su familia, no compartiré detalles personales sobre ella, pero diré que una fuente confiable me dijo que no quiso vacunarse porque quería esperar y ver lo que sucedía.
Su muerte me afectó mucho porque me tenía confianza; con frecuencia buscaba mi consejo para cosas relacionadas con la salud pública. No habíamos hablado durante varios meses debido a la falta de tiempo en nuestras agendas, pero me hubiera gustado contactarla para preguntarle sobre lo que pensaba acerca de vacunarse. No puedo evitar preguntarme si hubiera cambiado su forma de pensar.
Solía decir que vacunarse era una elección personal, pero desde que murió mi conocida, me dedico a divulgar el mensaje sobre la importancia de vacunarse entre mis seres queridos, quieran o no oírlo. Algunas veces, es una conversación con una fuente confiable que solo toma diez minutos y alivia los miedos válidos y las preocupaciones sobre las vacunas.
Todo lo que hacemos tiene sus riesgos. Estoy totalmente vacunada y tengo la suerte de decir que solo me dolió el brazo durante dos días. Pero para ser honesta, de manera religiosa tomé Tylenol durante tres días cada ocho horas después de recibir la vacuna, para evitar cualquier molestia. Los efectos secundarios de la vacuna no son nada comparables con enfermarse de COVID-19 y enfrentar hospitalización o la muerte como posibilidad.
No me arrepiento.
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