El río Negro se despliega como una arteria oscura a través del Amazonas. Al llegar a la ciudad de Manaos, sus aguas negras reflejan el cielo, la selva, las casas sobre pilotes y los edificios altos a lo largo de la orilla. Es sábado por la tarde y la vida vibra en la ciudad: tambaqui asado en bares flotantes, música brega que se mezcla con el bullicio de las calles y helados de açaí servidos en banquitos de plástico en la playa de Ponta Negra.
Cálida y húmeda todo el año, Manaos es una de esas áreas metropolitanas que rompe el mito de que la Amazonia es un territorio vacío de gente. Según el último censo nacional de Brasil, unos 30 millones de personas viven en los nueve estados que conforman la Amazonia brasileña — el 60% está en centros urbanos como Manaos, una ciudad de 2,4 millones de habitantes conocida por su Zona Franca, un polo industrial libre de impuestos.
La ciudad más grande de la selva tropical muestra cómo una Amazonia Urbana busca el equilibrio entre modernización, desigualdad climática y resiliencia cultural.
Cómo la desigualdad moldea la vulnerabilidad climática en Manaos
Manaos lleva sus contradicciones a la vista. Mientras los más ricos viven junto al río, disfrutan de teatros de ópera coloniales construidos durante el boom del caucho y se refugian en espacios climatizados, mucha gente reside en asentamientos informales a las afueras de la ciudad principal, sin servicios básicos ni infraestructura. “La desigualdad es más que obvia en Manaos", cuenta Patrícia Patrocínio, activista y fundadora del colectivo Perifa Amazônia. “Hay barrios que no reciben ningún servicio público."
Los riesgos se multiplican cuando llegan los desastres climáticos. En los asentamientos de la Amazonia Urbana, los incendios forestales, los ríos que se secan, las inundaciones y las olas de calor golpean primero y con más fuerza.
En 2023, Manaos fue una de las ciudades más contaminadas del planeta porque el humo de los incendios, provocado por la deforestación ilegal, cubrió la ciudad con un resplandor naranja que ahogó las calles durante meses. El año pasado la historia se repitió. Los hospitales colapsaron de pacientes con problemas respiratorios, las escuelas suspendieron clases, el comercio en la calle se paralizó, el acceso al agua fue racionado (con pocas horas para llenar los tanques) y la temperatura subió.
Bajo el sol ecuatorial, el calor en Manaos durante la temporada de humo es insoportable. La gran ironía es que, estando rodeada por la selva tropical más grande del mundo, Manaos está entre las capitales brasileñas con menos cobertura de árboles, haciendo que el estrés por calor sea aún peor. El concreto de las calles absorbe el calor como una esponja, creando islas de calor urbano donde la temperatura puede ser hasta 10°C (18°F) más alta que en zonas de selva cercanas. El humo de los incendios vuelve estos calores sofocantes incluso más peligrosos.
En las zonas ricas, la emergencia se vive distinto. Esos barrios cuentan con áreas verdes cercanas, ambientes climatizados y acceso confiable al agua. Cuando ocurre una emergencia, la atención mediática y la respuesta institucional llegan enseguida, lo que acelera cambios en la política social, mientras que los asentamientos periféricos siguen esperando ayuda básica. “Donde yo vivo ni siquiera hay un puesto de atención de emergencias. Cuando llega el humo, quienes se enferman por la contaminación del aire tienen que irse a otro barrio para recibir atención," cuenta Patrocínio. “El problema es que el transporte público no entra a nuestra comunidad. Hay que salir de los callejones y caminar hasta las avenidas principales para tomar un bus. Con el calor extremo y el humo, esos trayectos hacen parte del sufrimiento y te exponen aún más", agrega, describiendo cómo la emergencia climática profundiza las vulnerabilidades que ya existen.
Cuando llega la temporada de lluvias, los ríos se llenan y el humo se va, pero la situación tampoco mejora mucho. Sin saneamiento básico ni buen manejo de los residuos (solo el 2% de la basura de la ciudad se recicla), el agua arrastra los desechos por calles de tierra y la mezcla con aguas negras. En barrios como Parque das Tribos, una comunidad indígena, la basura sin recolectar se pudre durante días. “Las inundaciones pasan casi solo en las periferias; las áreas ricas casi no las sufren", explica Lucas Sarraff, especialista en Ciudades Sostenibles y Políticas Públicas. "Cuando llueve, llegan las enfermedades", agrega Patrocínio.
Con eventos climáticos extremos intensificándose cada año, el avance para adaptar Manaos a la crisis climática va a lo que Sarraff llama “paso de tortuga”. Con otra temporada de humo ya cerca, la alcaldía todavía no publica el plan municipal de clima. Mientras tanto, las políticas federales elaboradas en Brasilia, a más de mil millas de Manaos, no consideran las particularidades de la Amazonia Urbana y “siguen ignorando las realidades amazónicas de cultura, infraestructura y economía", dice Sarraff. En un país del tamaño de un continente como Brasil, donde los biomas, el clima, los servicios públicos y la desigualdad varían muchísimo, las soluciones generalizadas de mitigación y adaptación no funcionan.
Aun así, en los pasillos y callejones, es fácil encontrar un ritmo desafiante que resiste.
La cultura como herramienta para la justicia climática
Nepal, un barrio de Manaos, sufrió al máximo la sequía del año pasado, la más fuerte que ha vivido el país en más de 70 años. El sonido de los aerosoles llena el aire mientras florecen grafitis y jóvenes rapean sobre su realidad. El hip-hop en Manaos ha adoptado los sonidos de la Amazonia, conectando las luchas sociales y la desigualdad climática con la identidad cultural de la selva. En Perifa Amazônia, Patricia Patrocínio ha visto cómo la cultura se vuelve a la vez escudo y lanza para la juventud amazónica, uno de los grupos más afectados por la crisis climática.
"El hip-hop empodera a la juventud, les da visión de futuro y los impulsa a transformar sus comunidades, con herramientas para reescribir las historias desde las periferias", afirma. Al alzar la voz por sus territorios, dice Patrocínio, estos artivistas pueden convertirse en líderes climáticos de primera línea y encender cambios reales en el sistema.
En las calles de Manaos, Perifa Amazônia se une a más de 350 colectivos de base de Brasil que trabajan junto a Amazônia de Pé en una campaña política directa: proteger 50 millones de hectáreas de tierras públicas amazónicas sin asignación —un área del tamaño de España— entregándolas a pueblos indígenas, quilombolas y unidades de conservación. Esas tierras siguen siendo blanco de invasiones y destrucción, y son las más afectadas por incendios forestales que ahogan a las ciudades —entre enero y abril de 2025, el 80% de toda la deforestación del país ocurrió ahí. Para lograr la protección de estos territorios, activistas de todo Brasil están recolectando firmas para un Proyecto de Ley de Iniciativa Popular, un mecanismo constitucional que necesita 1,5 millones de firmas para que el Congreso discuta la iniciativa.
Más de la mitad de esas tierras sin protección se encuentran en el estado de Amazonas, donde la
La ciudad capital de Manaos es el epicentro de la resistencia. Aquí, iniciativas como Perifa Amazônia aprovechan la cultura como herramienta para traducir debates complejos sobre el clima a un lenguaje que cualquiera puede entender y, además, unir a la comunidad para firmar el proyecto ciudadano de Amazônia de Pé, fortaleciendo la meta colectiva de alcanzar 1.5 millones de firmas.
La resistencia cultural en Manaos se vive de muchas maneras: desde el Hip-Hop impulsando cambios en las políticas y artesanos indígenas promoviendo la bioeconomía, hasta la gastronomía tradicional basada en la selva, la vida en las orillas del río, y enormes festivales populares que nacen de las raíces indígenas y afrobrasileñas —como la icónica rivalidad entre los Bois-Bumbá Caprichoso y Garantido. El estilo de vida amazónico, incluso en ciudades grandes como Manaos, es ya un acto de justicia climática, pues mantiene la soberanía alimentaria, un equilibrio con la naturaleza y la valoración del conocimiento ancestral, demostrando ser la respuesta para un futuro con vida.
Donde el humo ahoga a la ciudad y la avaricia desangra la tierra, como rapea el grupo Bruxos do Norte, la cultura se convierte en oxígeno y en guía. Fusionando el latido ancestral de la selva con el concreto de las calles, la cultura amazónica revive la esperanza.
"Te llamo por tu nombre y voy, pueblo del río, bicho de agua dulce
Crecí en la orilla, todo cambió, todo cambió
Desde la orilla del río seco, en los márgenes de la ciudad sigo vivo"
(Te llamo por tu nombre y voy, pueblo del río, criatura de agua dulce
Crecí en la orilla, todo cambió, todo cambió
Desde los márgenes del río seco, en los márgenes de la ciudad, sigo vivo)
(Vazante 2 - Bruxos do Norte)
Manaos es mucho más que un ejemplo de injusticia climática —es una primera línea donde las comunidades crean soluciones con creatividad, cercanía y profundidad cultural. Desde la acción comunitaria, los habitantes urbanos del Amazonas no solo sobreviven a la crisis climática —también ayudan a imaginar cómo pueden adaptarse las ciudades en zonas boscosas con equidad, sostenibilidad y dignidad. Mientras el mundo está pendiente de salvar la Amazonía, también debe invertir en la gente que la habita —porque la resiliencia no solo crece en los árboles, sino que florece en la experiencia vivida, el conocimiento local y la expresión compartida.