Todo empezó como cualquier otra mañana en el pueblo de Gaharawe, una pequeña comunidad cerca de la frontera occidental de Burundi. Kaneza Ndayisaba, de cuatro años, se despertó tranquila después de haber dormido bien. Pero al intentar ponerse de pie, sus piernas se doblaron y no pudo sostenerse.
Su mamá, Belyse, conocida por el barrio como Mama Allan, le ayudó a ponerse de pie. Pero unos segundos después, Kaneza volvió a caer, pues una de sus piernas no soportaba su peso. Además, uno de sus brazos también estaba paralizado. Belyse no entendía qué sucedía.
“Durmió bien. El día anterior estaba perfectamente, y de repente ya no podía mover ni su brazo ni su pierna. Pasó todo de golpe,” le contó Belyse a Global Citizen.
Lo primero que pensó Belyse fue llevar a Kaneza a la iglesia, con la esperanza de que la oración le trajera sanación. Pero como la parálisis seguía, habló con la trabajadora de salud de la comunidad, quien le sugirió ir al centro de salud de Gatuma.
Belyse siguió el consejo y llevó a su hija al Centro de Salud Gatumba, donde el personal revisó a la niña y tomó varias muestras.
Lydia Nimbona, la técnica de laboratorio de turno, recuerda perfectamente ese día. Ella tomó las muestras de Kaneza y las mandó a Uganda para su análisis. Mientras tanto, empezaron a circular rumores en la comunidad de que alguien le había hecho un hechizo a Kaneza y por eso no podía moverse.
Cuando llegaron los primeros resultados, no había señales del virus. Pero después, en análisis más avanzados, se confirmó que Kaneza tenía poliovirus tipo 2 (cVDPV2), el primer caso en el país en 30 años. El poliovirus es una enfermedad viral sumamente contagiosa, que se transmite principalmente de persona a persona por vía fecal-oral. Afecta sobre todo a niñas y niños menores de 5 años, puede causar parálisis y no tiene cura, aunque sí se puede prevenir con vacunas seguras y eficaces.
Lydia Nimbona, técnica de laboratorio, recuerda cuando tomó las muestras de Kaneza, primer caso de polio en Burundi en 30 años.
Nimbona recuerda lo esperanzada que estuvo Belyse durante todo el proceso.
“Cada vez que la llamábamos, venía rápido. Tenía la esperanza de que hubiera alguna medicina, y al final se decepcionó porque creyó que encontraría una cura,” contó Nimbona. “No sabía que existen enfermedades que pueden hacer sufrir así a las niñas y niños.”
Belyse, que antes no conocía el poliovirus, empezó a aprender sobre la enfermedad en el centro de salud. “Me dijeron que la polio es algo muy grave y que incluso se puede morir un niño o niña,” comentó, y confesó que su hija nunca había recibido ninguna dosis de la vacuna contra la polio.
Kaneza Ndayisaba y su madre, Belyse, en su casa en Gaharawe, cerca de la frontera oeste de Burundi. Kaneza tuvo parálisis parcial en piernas y un brazo tras contraer polio por no recibir vacunas.
Tras confirmar el caso de polio en Kaneza, los trabajadores de la salud fueron a la comunidad a recolectar muestras de otros niños y niñas que tuvieron contacto con ella. Todas las muestras resultaron negativas, lo cual trajo alivio a las familias y al personal de salud. Ahora el enfoque era contener el virus.
“El Programa Ampliado de Inmunización (EPI) nos dijo que teníamos que vacunar a todos los niños y niñas del país porque esto era grave,” explicó Bienvenu Ndayisenga, jefe del centro de salud de Gatuma.
Con pruebas adicionales, se confirmó dos casos más en niños. En mayo de 2023, el Ministerio de Salud de Burundi declaró una epidemia de polio.
Hicieron falta meses de trabajo para lanzar la campaña nacional: a nivel internacional, UNICEF y GAVI tuvieron que recaudar fondos y, dentro de Burundi, autoridades, personal de salud y el gobierno se coordinaron para llevar la vacunación a todo el país.
“Fuimos pueblo por pueblo, casa por casa,” recuerda Ndayisenga sobre la planeación minuciosa y los obstáculos del proceso.
Normalmente, los trabajadores sanitarios usan motos para llegar a zonas alejadas, pero conseguir gasolina era difícil por la crisis de combustible en el país. Así que esta vez caminaron hasta 8 kilómetros cargando la vacuna para llegar a algunas casas. Durante la campaña puerta a puerta, cada trabajadora comunitaria podía visitar entre 30 y 40 hogares diarios.
Como en todas las campañas de vacunación, hubo “casas de rechazo”, familias que se negaron a vacunar a sus hijas e hijos. En Burundi, esto pasaba sobre todo con la comunidad Abashoke, un grupo religioso que rechaza las vacunas por motivos espirituales.
“Trabajamos con las comunidades en el cambio de comportamiento porque sabemos que hay gente que no quiere vacunar a sus hijos. No son muchos, pero existen,” dijo Isaac Matere, especialista en inmunización de UNICEF.
La campaña, impulsada por UNICEF, la OMS, el EPI y el Ministerio de Salud, se propuso inmunizar a más de 2,730,000 niñas y niños en todo el país, administrando tres dosis de la vacuna en tres campañas distintas.
Todas las campañas superaron los objetivos, alcanzando el 112%, 123% y 125% respectivamente, según UNICEF, lo cual indica que hubo un subregistro de niñas y niños. El muestreo al azar mostró que en las tres campañas, entre el 71% y el 90% de menores de siete años recibieron la vacuna, aunque el promedio varió en cada ronda.
Afuera de la casa de Belyse, por la tarde, un grupo de niñas y niños jugaba entre risas, saltos y palmadas. Al centro estaba Kaneza, ya de seis años, que con su parálisis parcial no podía jugar del todo libre. Los demás corrían a su alrededor, invitándola a participar en sus juegos.
Belyse, que acababa de volver del mercado donde vende verduras, fue recibida por un montón de voces pequeñas: “Mama Allan, Mama Allan”, gritaban mientras iban a saludarla.
Al pensar en la salud y el futuro de Kaneza, Belyse contó que hace ejercicios de rehabilitación con su hija, sobre todo para recuperar el movimiento del brazo y que pueda volver a sostener una taza o un bidón.
“La lección aquí es que todas las niñas y niños deberían ser vacunados, porque pienso que si Kaneza hubiera estado vacunada, nunca se habría enfermado,” dice Belyse.
Kaneza Ndayisaba con otros niños fuera de su hogar en Gaharawe, Burundi, julio 2025. Por no recibir vacunas, sufrió parálisis en piernas y un brazo.
Desde que comenzó la Iniciativa Global para la Erradicación de la Polio en 1988, y gracias a su campaña masiva de vacunación, los casos de poliovirus salvaje han disminuido en un 99.9%.
Ahora, Belyse se ha propuesto como misión compartir lo que ha aprendido con otras madres.
“Les digo a otras madres y a quienes cuidan niños que respeten el calendario de vacunación”, contó. “Con amigas y vecinas, a veces hablamos sobre las vacunas y les pongo de ejemplo a mis hijos. Siempre las animo a que vacunen a sus hijos.”
Si seguimos empujando juntos/as, la historia de Kaneza podría ser de las últimas, acercándonos cada vez más a un mundo sin polio.
Nota del editor: Esta cobertura fue posible gracias a la beca de prensa de la Fundación de las Naciones Unidas 2025 sobre Reportes Individuales de Polio. Forma parte del contenido financiado por medio de subvenciones de Global Citizen y la Fundación Bill & Melinda Gates.