Para el momento en que la comida llega a nuestro plato, es probable que haya pasado por muchas manos. Ya se ha alejado tanto de su origen, que es difícil incluso imaginarlo. En este punto, tendemos a preocuparnos más por su sabor y si fue preparada de forma segura. No nos preocupa cómo llegó hasta el plato.

A pesar de que los alimentos de esta lista no son peligrosos para nosotros, son un peligro para las personas que hacen posible que los consumamos. La mayoría de estas industrias alimentarias han sido llevadas al límite para satisfacer una demanda insostenible a bajo costo, lo que significa que las personas que los cultivan y producen trabajan bajo duras condiciones por una mísera paga o sin ninguna paga.

Si bien estos alimentos no son necesariamente costosos, son algunos de los que más costos generan en el planeta: las personas pagan con sus vidas para producirlos.


El té

Image: A Girl With Tea / Flickr

Muchas personas asocian una taza de té con poder relajarse al final del día, pero para quienes cultivan y cosechan nuestro té, es todo menos relajante. Aunque se reconoció que existían trabajo forzado y condiciones laborales inhumanas en plantaciones de té en Kenya, Rwanda, Bangladesh y otros países, el terrible trato que se da a las personas que trabajan en plantaciones en la India —denominados eufemísticamente “jardines de té”— está entre los peores.

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En el estado indio de Assam (de donde el té adopta su nombre), más de 1 millón de trabajadores viven con sus familias en plantaciones de té. A pesar de que los propietarios de las plantaciones deben proporcionar y mantener viviendas e inodoros adecuados, la mayoría de los trabajadores viven en viviendas a punto de colapsar con un mínimo de electricidad, acceso limitado a agua limpia y sin inodoros que funcionen. Como resultado, se ven obligados a defecar en los arbustos de té.

La defecación al aire libre supone un enorme riesgo para la salud y puede conducir a la propagación de enfermedades. Y los trabajadores de las plantaciones son especialmente vulnerables a estas enfermedades. Debido a que sus salarios son tan bajos, muchos trabajadores (y sus hijos) están desnutridos; sus cuerpos no tienen la fuerza para desarrollar inmunidad ante estas enfermedades. Se dice que la exposición insegura a pesticidas en estas plantaciones causa pérdida del apetito, entumecimiento de las manos y dificultad para respirar.

Alrededor de 500,000 mujeres viven y trabajan en estas plantaciones y enfrentan riesgos aún mayores para su salud. El nivel de desnutrición de los trabajadores de las plantaciones es tan severo que las mujeres sufren de anemia —tienen menos glóbulos rojos y, por lo tanto, menos oxígeno en su torrente sanguíneo— lo que incrementa enormemente el riesgo de mortalidad materna.

Los bajos salarios no permiten a los trabajadores mantener a sus familias, lo que contribuye al aumento del tráfico infantil. Las familias que no pueden costear la manutención de todos sus hijos, los venden a traficantes, quienes a su vez los venden como esclavos. Puesto que los propietarios de las plantaciones establecen altas cuotas diarias de cosecha, los niños que no son sujetos a tráfico pueden ser forzados a trabajar junto con sus padres en los campos para satisfacer estas expectativas.

El camarón

Tailandia se ha convertido en uno de los principales proveedores de camarones en Occidente. ¿De qué manera? Ha logrado cultivar camarones en grandes cantidades, pelarlos para venderlos y mantener bajos sus costos valiéndose del trabajo esclavo e infantil. Los trabajadores forzados de los galpones de camarones de Tailandia provienen principalmente de países vecinos como Camboya, Laos y Myanmar. Son atraídos hacia Tailandia con promesas de buenos trabajos, pero entran en el país sin visas.

Una vez en el país, los intermediarios que los ayudan a cruzar la frontera los venden a empresas productoras de mariscos como esclavos, donde se les dice que deben trabajar para pagar su deuda; una tarea casi imposible. Como inmigrantes ilegales, no tienen derechos ni protección. Sus jefes los amenazan con denunciarlos ante las autoridades o emplear la violencia física.

Debido a que este trato es una evidente violación de los derechos humanos (un caso resonante fue el de una mujer que tenía ocho meses de embarazo y sufrió un aborto en el lugar de trabajo, pero aún así fue obligada a seguir pelando camarones por cuatro días mientras continuaba la hemorragia) uno podría pensar que llamar a la policía o a las autoridades sería la mejor opción. Sin embargo, la rampante corrupción que azota a Tailandia significa que es poco probable que las fuerzas policiales ofrezcan protección si los propietarios de las empresas los sobornan.

Para empeorar las cosas, el problema no se limita estrictamente a los camarones. En 2015, 2,000 hombres fueron rescatados de barcos pesqueros en los que eran retenidos como esclavos en el mar. Forzados a pescar en el medio del océano sin tener cómo escapar, estos hombres eran azotados con las colas de las rayas que eran forzados a pescar.

Los hombres no recibían ningún pago. “Cuando les pedíamos [a los jefes] nuestro dinero, decían que no lo tenían... pero iban a discotecas, burdeles y bares y tomaban bebidas costosas”, dijo un hombre, y a menudo se les privaba de agua y alimento. De 400 hombres rescatados entrevistados por AP, el 12% dijo que habían visto a personas morir en los barcos.

El chocolate

El chocolate oscuro tiene una oscura historia. Estos dulces placeres han sido producidos por niños durante casi dos décadas. Se cree que la industria de la siembra de cacao esclaviza a más de 2 millones de niños en Ghana y Costa de Marfil.

Una barra de Hershey’s o Snickers en los EE.UU. cuesta, como mucho, un par de dólares, que es más de lo que muchos agricultores de cacao ganan al día. Pero el trabajo infantil forzado es gratis. Para que Costa de Marfil produzca más de un tercio del cacao del mundo sin subir el precio de una barra de chocolate, se vale del trabajo infantil. Dado que la industria del cacao crea un mercado para el trabajo infantil, esta fomenta además el tráfico de niños.

Muchos niños son vendidos como esclavos por sus propios padres, quienes no pueden costear su manutención. Los niños a menudo reciben escasas porciones de alimento y ropas andrajosas, pero en raras ocasiones tienen la oportunidad de asistir a la escuela o incluso probar el producto final de su propio trabajo: el chocolate. Los trabajadores usualmente tienen entre 11 y 16 años de edad, aunque no es inusual que sean más jóvenes. Manejan pesticidas y machetes con los cuales limpian los campos para cosechar el cacao, y sus piernas tienen cicatrices producto de accidentes con los machetes.

Si bien varias grandes empresas de dulces se han comprometido a reformar las prácticas de sus proveedores, los avances han sido lentos.

El abulón

El abulón es un caracol marino considerado una exquisitez en Francia, Chile, el este de Asia y gran parte del Sudeste Asiático. Este molusco es valorado especialmente en China, donde a menudo se consume en ocasiones especiales y banquetes por su sabor único y debido a que se asemeja a un lingote de oro cuando se seca y se preserva. A medida que crecieron la riqueza y la clase media en China, el gusto del país por lo que se consideró una vez una extraña delicia se ha vuelto insaciable.

En Sudáfrica, lugar en el que más de un tercio de la población vive por debajo de la línea de pobreza y donde crece el abulón, la demanda de China ha alimentado una industria peligrosa. El molusco era abundante de manera natural en las aguas de Sudáfrica, pero un abulón puede tardar de 30 a 40 años en alcanzar un tamaño de 10 o 12 pulgadas. El aumento de la pesca comercial de la población nativa de abulones de Sudáfrica amenazó la supervivencia de la especie, por lo que en 2008 Sudáfrica prohibió la pesca de abulones.

Un abulón en el mercado negro de Sudáfrica puede llegar a costar hasta $65, que es una fracción del precio de $1000 por kilogramo que cuestan los abulones sudafricanos secos en China, aunque sigue siendo una cifra significativa dado que la mitad de la población vive con menos de $76 al mes. La venta de unos pocos abulones puede mantener a una familia pequeña durante un mes, y ello ha conducido a la pesca furtiva de un aproximado de 7 millones de abulones por año (con un valor de $440 millones). Ello suponiendo que los pescadores ilegales reciban dinero, ya que muchos pescadores que venden abulones silvestres en el mercado negro de Sudáfrica lo hacen al  crimen organizado transnacional, que los atrae con drogas y elige pagarles con metacualona y con productos que pueden convertirse metanfetamina.

Pero la destrucción potencial del medio ambiente y la eliminación de especies no es la parte más peligrosa de la pesca furtiva de abulones; lo es el proceso de pesca como tal.

Los abulones viven en aguas frías como las cercanas a las costas de Japón, Nueva Zelanda y Sudáfrica, donde se aferran firmemente a las rocas para evitar que las agitadas aguas los arrastren. Quienes buscan abulones silvestres deben sumergirse varios metros por debajo de la superficie. Se arriesgan a que la corriente los empuje contra las rocas o queden atrapados entre las algas. Es una peligrosa búsqueda incluso bajo las mejores condiciones.

El tomate

Image: Flickr: Lufa Farms

No hay nada más decepcionante que una cena con un tomate insípido, excepto quizá saber que alguien sufrió para hacer llegar esa fruta a tu plato. Un tercio de los tomates en EE.UU. son producidos en Florida, y, en el inverno, la cantidad llega a alrededor de 90 por ciento. Gran parte de estos los producen esclavos de la modernidad.

Por décadas, a personas de Guatemala y México se les han prometido trabajos en EE.UU. que les permitan recibir lo suficiente para mantener a sus familias o padres enfermos en sus países de origen. Es luego de haber cruzado la frontera gracias a los traficantes de personas que se dan cuenta de que les vendieron falsas promesas. Son llevados a granjas de tomates en Florida, donde se les dice que tienen que trabajar para pagar su deuda con quienes los transportaron.

Trabajan bajo el sol durante 10 a 12 horas diarias, todos los días, y luego regresan a viviendas móviles que posiblemente comparten con 20 personas. Por ello se les cobra $200 de alquiler al mes (además de la deuda que tienen con los traficantes). En caso de recibir una paga, ganan menos de dos centavos por libra de tomates. Algunos trabajadores relatan haber sido golpeados y encadenados. Peor aún, algunos relataron haber sido encerrados en la parte trasera de camiones de productos agrícolas para evitar el transporte a los campos en la mañana, donde eran expuestos a sustancias químicas y pesticidas sin protección.

La ONG Coalition of Immokalee Workers (Immokalee, Florida, es el lugar donde se encuentran la mayoría de estas granjas de tomate) ha estado trabajando para combatir el tráfico humano que hace posible este tipo de esclavitud, aunque aún existen personas atrapadas en este sistema, forzadas a cultivar y cosechar tomates que probablemente terminarán en tu plato.

La carne de res y los lácteos

La carne de res es uno de los alimentos menos eficientes; sin embargo, tiene aún una enorme demanda. Por cada libra de carne producida, deben consumirse 16 libras de vegetación. El ganado necesita 28 veces la cantidad de tierra que necesitan cerdos y pollos para crecer y desarrollarse. En los EE.UU. y el Reino Unido, se utilizan grandes franjas de tierra para alimentar a las vacas, de modo que solo unas pocas vacas pueden servir de alimento. Las vacas reciben más de lo que dan.

Aunque las huellas de las vacas son bastante grandes, su huella de carbono colectiva es colosal, y esto es peligroso para el Planeta y sus habitantes. “La mayor intervención que podrían realizar las personas con el fin de reducir su huella de carbono no sería abandonar sus automóviles, sino ingerir cantidades considerablemente menores de carnes rojas”, dijo un experto a The Guardian.

Además de contribuir a la destrucción de nuestro ambiente, la cría de ganado no es diferente de otras industrias. Los empleadores explotan a sus trabajadores, especialmente a trabajadores migrantes, con el propósito de satisfacer las demandas a bajo costo. En Nuevo México, los trabajadores de granjas lecheras reciben salarios bajos, no hay pago por horas extras, vacaciones, ni enfermedad, sumado a las condiciones desafiantes y la suciedad que estos soportan a diario.


En muchas culturas, la comida es un momento para socializar. Las personas crean lazos durante las comidas, compartiendo alimentos e historias, y ello hace que sea fácil olvidar a las personas que hicieron eso posible pero que no se encuentran en la mesa. Sin embargo, el costo humano y ambiental de los alimentos que consumimos normalmente es muy alto y es real. 

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Por Daniele Selby