Anastasia Moloney

TURBACO, Colombia, 27 de marzo (Fundación Thomson Reuters) - Cuando la lucha armada en Colombia obligó a Everlides Almanza a abandonar su finca, la mujer terminó viviendo en un barrio marginal cercano a la ciudad costera de Cartagena, donde con solo una lona de plástico que le servía de refugio, anhelaba tener un nuevo hogar.

En ese entonces soñaba con una vivienda de ladrillos, un techo sólido y un porche de azulejos; sin embargo, nunca imaginó que ella misma sería quien la construiría.

Tras llegar al barrio marginal en 1992, Almanza y decenas de otras familias sin recursos que también habían sido desarraigadas por el conflicto, conocieron a Patricia Guerrero, una abogada defensora de los derechos humanos, quien las ayudó a organizarse como grupo.

La Liga de Mujeres Desplazadas -muchas de ellas madres solteras y viudas de la guerra- se dedicó a construir un nuevo vecindario de 102 casas en el otrora matorral inhóspito de Turbaco, un municipio cercano a Cartagena.

El lugar se hizo conocido luego como la Ciudad de las Mujeres.

“Aprendimos fundamentos de construcción, a hacer ladrillos y a mezclar cemento”, contó Almanza a la Fundación Thomson Reuters, mientras estaba sentada en una mecedora bajo la sombra de un árbol de mango.

"Tuvimos que luchar para construir nuestras propias viviendas. Algunos decían que nosotras no seríamos capaces de hacer esto”, agregó la mujer de 60 años.

Desde que se construyó la primera vivienda, en 2004, este vecindario de casas con fachadas pintadas en verde y rosa brillante y calles arboladas se ha citado como un ejemplo de reconstrucción que podrían emular otras comunidades surgidas de un conflicto.

Si bien hay hombres que viven en la Ciudad de las Mujeres, son ellas las que están a cargo, respaldadas por el hecho de que las escrituras de propiedad están a su nombre.

“Acá son las mujeres las que toman las decisiones," dijo Maritza Marimón, quien también es integrante de la liga.  “Luchamos con uñas y dientes para construir nuestras casas. Los hombres no pueden venir aquí y decir: esto es mío. Es nuestro."

DERECHOS RESTITUIDOS

El acuerdo de paz firmado en diciembre entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) ha despertado las esperanzas de que 7 millones de colombianos desplazados por la guerra puedan volver a sus hogares o echar raíces permanentes.

Sin embargo, aproximadamente la mitad de todos los desplazados vive en ciudades, a menudo en refugios improvisados en barrios marginales situados en laderas, con frecuencia sin derecho a la tenencia de la tierra y sin agua potable.

Que Colombia garantice que la población más desplazada tenga acceso a la vivienda es un elemento clave para cimentar una paz duradera y reconstruir sus vidas, según han señalado analistas políticos.

Para muchos, la Ciudad de las Mujeres -cuyas residentes unieron fuerzas para construir sus casas conjuntamente y solicitar los títulos de propiedad- podría ser un modelo a seguir.

En la década de los noventa, cuando las mujeres vivían en los barrios pobres de Cartagena, Guerrero se comprometió a ayudarlas a salir de la pobreza.

Cuando la abogada les preguntó por su necesidad más urgente, la mayoría respondió que querían una casa que pudieran considerar propia.

“Con una vivienda, sus derechos serán restituidos”, dijo Guerrero, quien fundó la Liga de Mujeres Desplazadas.

Guerrero finalmente obtuvo los fondos -en su mayoría procedentes de una ayuda de 500.000 dólares otorgada por la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional- para comprar unos terrenos en los que se construiría la Ciudad de las Mujeres.

No obstante, cuando las mujeres intentaron poner en marcha sus planes, se toparon con una ola de violencia.

Bandas criminales vinculadas con el narcotráfico lanzaron amenazas de muerte contra las dirigentes de la liga; un centro comunitario construido por las mujeres fue incendiado y reducido a cenizas, y el esposo de una de ellas fue asesinado.

UNIDAS

Pese a lo vivido, estas mujeres dicen que su lucha valió la pena.

“Nadie puede quitarme esto.  Nadie puede echarme de mi propia casa”, dijo Ana Luz Ortega, mientras estaba parada en el porche de su vivienda de paredes color rosa fucsia, en la que vive con su marido y sus hijos.

"He visto muchos casos en los que los esposos han dejado a sus esposas e hijos en la calle después de irse con otra mujer que luego se viene a vivir a la casa", dijo.

Como en otros países de América Latina, los derechos de propiedad en Colombia son desiguales entre hombres y mujeres.  A las viudas les resulta particularmente difícil heredar de sus maridos, ya que las tierras a menudo pasan a los hijos varones o a la familia del esposo.

Sin embargo, los títulos de propiedad le han dado a las mujeres mayor control y poder en las decisiones financieras de sus hogares, y son esenciales para acceder a préstamos bancarios seguros.

“Para mí era muy importante que las mujeres tuvieran las propiedades registradas a su nombre. Esto le da a ellas un sentido de la libertad y de autoestima”, dijo Guerrero.

Desde su construcción, la Ciudad de las Mujeres ha llevado a la creación de una red muy unida de activistas que continúan luchando por otros derechos.

“Estas mujeres son guerreras”, dijo José Enrique Zafra, quien vive en la Ciudad de las Mujeres.  “Están unidas, luchan para lograr lo mejor para su comunidad”.

Con el paso de los años, las mujeres han presionado con éxito a las autoridades gubernamentales para que suministren servicios a la Ciudad de las Mujeres, incluyendo agua potable y una escuela en la localidad.

Ahora la liga está solicitando rutas de autobús que recorran el vecindario de noche, iluminación de las calles y una escuela secundaria a la que puedan acudir los jóvenes de hasta 18 años.

Para Ortega, quien creció en el campo, donde todavía se espera que las mujeres se queden en casa y cuiden de los hijos, unirse a la liga fue un despertar.

“Antes de la liga, ni siquiera sabía que tenía derechos", señaló Ortega con su voz suave.

"Ahora sé que como mujer tengo derecho a elegir lo que quiero y a que me respeten. “Antes era una persona sometida. Ahora me siento una mujer liberada”, concluyó.

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