Por Marc Hudson, candidato a doctorado, Instituto de Consumo Sostenible, Universidad de Manchester.
Traducción Erica Sánchez
Los estudiantes de todo el mundo se declararon en huelga y han dejado de asistir a la escuela para protestar por la falta de acción efectiva contra el cambio climático. Las huelgas escolares coordinadas son una táctica novedosa, pero el activismo ambiental masivo no lo es. Entonces, ¿tendrán éxito esta vez?
La primera gran ola mundial de preocupación ecológica comenzó a fines de la década de 1960 e involucró temores de sobrepoblación, contaminación del aire y del agua y la extinción de especies. Alcanzó su punto máximo con la Conferencia de Estocolmo sobre el medio ambiente de 1972, que dio inicio a las políticas ambientales internacionales.
El siguiente movimiento comenzó a fines de la década de 1980 con preocupaciones sobre el agujero de la capa de ozono, la deforestación en la Amazonía y los temores del cambio climático expresados recientemente, por lo que se conoce como el "efecto invernadero". Esa ola llegó a su punto máximo con la Cumbre de la Tierra de Río de 1992, que buscaba abordar las temáticas del calentamiento global y la biodiversidad, y marcó el inicio de una acción climática coordinada a través de la ONU. La conferencia fue dirigida por una joven apasionada y articulada que representa a “ECO”, la Organización de Niños Ambientales.
Desde el 2006 hasta el 2010 hubo otra ola de activismo climático específico, que comenzó con el documental An Inconvenient Truth de Al Gore, y grupos como Climate Camp en el Reino Unido. Llegó a su clímax (o desapareció) con la cumbre del clima de la ONU de 2009 en Copenhague. Esta ola vio la creación de varias organizaciones de "Coalición Juvenil por el Clima" en Australia y el Reino Unido.
En la terminología académica, estos períodos de preocupación e indiferencia relativa se conocen como los "Ciclos de atención de problemas".
Una nueva ola de activismo.
Esta última ola de acción climática surgió en 2018, en forma de Extinction Rebellion y su primo francés, los Gilets Jaunes. A principios de año, la estudiante sueca Greta Thunberg comenzó su "huelga escolar" en Estocolmo mientras que, más o menos simultáneamente, activistas en Estados Unidos lanzaron la marcha climática juvenil "Hora cero".
Junto con este activismo, el IPCC publicó su informe sobre lo que se necesitaría para mantener el calentamiento global por debajo de 1.5 grados centígrados, y la madre naturaleza se hizo sentir mediante veranos calurosos récord en el Reino Unido, California y (más recientemente) en Australia.
Las explosiones previas de activismo ambiental ocurrieron antes de que el cambio climático hubiera sido tan obvio y severo. Esta vez, las olas de calor, los huracanes y las inundaciones seguirán llegando, quizás haciendo que la última ola de entusiasmo dure más.
Mantenerse en la cresta de la ola
Lo que sube debe bajar, y los estudiantes encontrarán que es muy difícil sostener la movilización emocional y física durante un período prolongado. En este momento, este movimiento se encuentra más o menos donde lo estaban las protestas de Parkland el año pasado: por ahora son de interés periodístico por ahora, pero pronto los medios continuarán con otros temas.
Eso tiene consecuencias: cuando las protestas y las acciones dejan de recibir la misma atención, podrían surgir desacuerdos internos sobre cuál es la mejor manera de avanzar, más allá de un ciclo de marchas y huelgas simbólicas, y se necesitará ser más habilidad para manejarlo. Algunos querrán trabajar "dentro del sistema" y ser invitados a paneles de asesoramiento y procesos consultivos. Otros tendrán que seguir adelante con la vida real (universidad, pagar el alquiler, trabajar, etc.).
Por un lado, los jóvenes tienen suerte; a su edad sería difícil una infiltración de policía encubierta en el grupo. Pero la contracara es que las redes sociales ofrecen posibilidades de vigilancia prácticamente ilimitadas.
Una posibilidad podría ser un intento de desacreditar y desmoralizar a quienes parecen vulnerables. Hay intereses especiales, como la industria del petróleo y el gas, que a menudo intentan "molestar" a los científicos o activistas individuales en lugar de enfrentarse a todo un grupo. El científico del clima Michael Mann ha bautizado esta estrategia como Serengeti, ya que se parece a los leones que cazan a las cebras más débiles. Ya estamos viendo esta estrategia en la última ola de activismo climático: recientemente Greta Thunberg tuvo que hacerle frente a algunos rumores que circulaban sobre ella.
Los jóvenes activistas también se enfrentan al problema de que pueden molestar a sus padres y abuelos. Sin embargo, antes de ofrecerles consejos, nosotros, las personas mayores, tenemos que preguntarnos, ¿por qué deberían escucharnos? Nos hemos enterado del problema y hemos sido ineficaces o no hemos hecho nada. A los niños se les debe entonces una enorme disculpa y expresión de humildad.
Estos son entonces mis 4 consejos principales para la nueva generación de activistas climáticos basados tanto en mi activismo como en el tiempo que llevo en el mundo académico:
- Sé consciente de las emociones. No se persuadirá a la gente con solo recibir más información sobre las temperaturas globales o los presupuestos de carbono, las habilidades psicológicas también serán importantes.
- Tus padres probablemente estén luchando contra el miedo (¿no lo estamos todos?) Y con la culpa por no haber solucionado esto antes de que tuvieras que hacerlo tú. El miedo y la culpa pueden hacer que las personas oscilen entre la acción y la inacción, del pesimismo al optimismo.
- Las actividades tradicionales de “movimiento social” (marchas, peticiones, protestas, campamentos) tienen una vida útil corta. Los medios se aburren y dejan de informar. Mientras tanto, los que están en el poder aprenden a lidiar con la presión. Vas a necesitar innovar, repetidamente.
- Aunque el tiempo es corto, esto sigue siendo un maratón, no un sprint.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lee el artículo original aquí.