Carlos Arbelaez es empresario social y activista. Ha vivido en Francia desde que huyó de su país natal Colombia en 2011 y se convirtió en refugiado.
Después de escapar de su ciudad natal, Medellín, donde sirvió como recluta en el Ejército de Colombia, a las calles de París, Arbelaez realmente experimentó personalmente la crisis del refugiado.
Ahora es el fundador de Populaire, una empresa de café de iniciativa social que capacita refugiados como baristas y usa granos de café de pequeños productores de Colombia.
Hasta el 31 de diciembre de 2019, había más de 300 mil refugiados en Francia, según las últimas cifras de la Oficina francesa de protección a las personas refugiadas y apátridas (OFPRA por sus siglas en francés). En comparación, se estima que hay 1.1 millones de refugiados en Alemania y más de 133 mil en Reino Unido.
Cuando se trata de acoger refugiados y personas que buscan asilo, Francia “va rezagada dentro de la Unión Europea”, según un reporte publicado por la ONG francesa JBS, en abril. Ocupa el último sitio, junto con Hungría, en términos de acceso a oportunidades de trabajo para los refugiados y personas que buscan asilo. Además, el procedimiento de asilo para obtener el estatus de refugiado puede tomar varios años, según el estudio.
Arbelaez finalmente se estableció en su nueva vida después de superar dichos retos. A continuación, reflexiona acerca de su travesía increíble y sobre la crisis que impacta cientos de miles de refugiados en Francia y millones en el mundo.
Puedes leer más en la serie In My Own Words aquí.
Cuando creces en un país en guerra, te las arreglas para mantener un equilibrio entre tu vida cotidiana y la violencia extrema. Iba a la escuela, jugaba basketball y vivía mi vida como la mayoría de niños en Medellín, la ciudad de la “eterna primavera”, ubicada en un valle al oeste de Colombia.
Cuando cumplí 18 años, tuve que enlistarme en el ejercito colombiano. No tuve opción. El servicio militar era obligatorio y era demasiado caro comprar el derecho a no servir.
Siempre son los hijos de los pobres los que van a la guerra.
Todos las atrocidades que presencié en el ejército me marcaron para siempre. Es un mundo totalmente absurdo donde tienes que pelear contra un enemigo que ni siquiera conoces.
Conforme pasa el tiempo, nos damos cuenta que no nos enfrentamos a monstruos, sino a jóvenes como nosotros, de nuestra edad, quienes fueron forzados a tomar las armas y que están tan ciegos como nosotros ante los seres humanos escondidos detrás de la máscara del enemigo.
Después de servir dos años en el ejército, me inscribí en la Escuela de Leyes de la Universidad de Antioquia en Medellín. Fue ahí donde nació mi compromiso hacia las víctimas del conflicto armado.
Conocí todo una comunidad de estudiantes y maestros que se negaban a ver el país sumido en una guerra que había durado más de 60 años. Se trata de un involucramiento peligroso que muchos de nosotros hemos pagado con nuestras vidas o el exilio.
Carlos Arbelaez co-founded Espero, an NGO that fosters refugees and asylum seekers' professional integration with a focus on beekeeping, agroecology and upcycling sewing.
Y de este modo llegué a París en noviembre de 2011. Aún recuerdo mis primeras impresiones cuando vi esta nueva ciudad, que más tarde se convertiría en mi hogar.
Mientras salía de la estación de tren de Lyon, el cielo parecía más bajo que en Medellín. Enormes nubes grises cubrían el color azul. Los árboles deshojados, perfectamente alineados, mostraban ramas podadas de manera geométrica.
Hacía frío y estaba sintiendo mi primer invierno en 25 años. Ese fue solo el comienzo de una lista larga de nuevas experiencias.
Me sentí solo e invisible en una ciudad que no entendía.
Mi primer día en París, tuve que elegir entre gastar el dinero que me quedaba en una habitación compartida en un hostal o dormir en la estación de tren. Elegí el calor.
Dos semanas más tarde, había gastado tomo mi dinero. Mientras cruzaba la puerta del hostal, me di cuenta que de ahí en adelante no tendría techo.
Pasaba mis días con Steve, un nigeriano de 17 años que para entonces había estado sin techo durante un año. Steve me enseñó donde conseguir comida gratuita, bañarme y lavar mi ropa. También me enseñó lugares en París donde dormir en la noche, bibliotecas donde conseguir Wifi y mantenerme caliente cuando hacía frío afuera.
No hablábamos la misma lengua, pero nos las arreglamos para crear un vínculo, que hacia que la vida en las calles fuera más fácil. Steve había aplicado para la asistencia de protección infantil hacía un año. Yo justo había registrado una solicitud de asilo para obtener el estatus de refugiado.
Carlos Arbelaez, co-Founder of Espero, takes part in the creation of an educational permaculture garden in Melun, a southeastern suburb of Paris, along with asylum seekers.
Un día, conocí a un periodista en un restaurante solitario que me puso en contacto con la gente que pronto se volvería mi segunda familia.
Veronique, Philippe y sus hijos abrieron las puertas de su hogar en el suburbio parisino de Bourg-la-Reine y me acogieron como si fuera un nuevo miembro de su familia. Gracias a ellos, aprendí francés rápidamente, hice amigos y descubrí la cultura popular francesa, la música y el queso.
También pude regresar a la escuela de leyes en la Universidad de la Sorbona y estudiar una maestría en Seguridad Internacional en el Instituto de Estudios Politécnicos de Paris.
Con frecuencia le decía a Veronique que estaba profundamente agradecido por su amor y apoyo. Una vez me dijo que debería entender que el sentimiento era mutuo porque ellos también descubrieron mi cultura, idioma, compromiso político y la resiliencia de todas las personas que se habían quedado en Colombia.
Veronique y su familia nunca me hicieron sentir en deuda con ellos. Me enseñaron que la integración es una calle de doble sentido y una situación donde todos ganan si nos cuidamos los unos a los otros.
Pude ver a otras personas en exilio en mi entorno que no tenían las mismas oportunidades que yo.
Gente que no tuvieron la oportunidad de volar sobre el océano y que habían naufragado en las calle de París. Habían llegado aquí rotos, agotados y soportando las cicatrices de años de viaje largos y tumultuosos.
Decidí actuar y compartir mi experiencia del proceso de integración con NGOs como Singa y con organizaciones internacionales como la Agencia de la ONU para los Refugiados.
Mi sentimiento de rebelión y frustración se convirtió en un fuerte deseo de volverme actor de un cambio.
Tuve la suficiente suerte como para conocer personas que me inspiraron y me hicieron ver que ser un refugiado colombiano no me definía.
Antes de saberlo, me había convertido en un empresario social. Durante los últimos cuatro años, he participado en el desarrollo de dos proyectos que aprecio mucho y en los que me he involucrado: Espero y Populaire.
Espero fomenta la integración profesional de refugiados y personas que buscan asilo con un enfoque en la apicultura, agroecología y en el reciclaje de textiles usados.
Nuestros talleres de reciclaje de textiles usados actualmente emplean a 10 refugiados, que se benefician de un contrato de inserción: un tipo de contrato laboral francés que ayuda a conseguir un empleo de tiempo completo a personas menores de 26 años, personas con discapacidades y personas con ingresos bajos.
Los alentamos para que usen su cómo-saber ser independiente y formar parte de la sociedad francesa. También hemos hecho consciencia sobre el tema de los refugiados entre más de 500 personas.
Entonces, en 2019, fundé Populaire, una marca de café colombiano. Compramos el café de pequeños productores en Colombia y lo tostamos en París. Mientras esté en Francia, deseo apoyar la implementación de los acuerdos de paz en mi país y ayudar a los productores de café con un proyecto que materialice la resiliencia y un futuro mejor.
Ésta es mi manera de contribuir, desde lejos, para construir la paz en mi país.
Actualmente estamos recaudando fondos para abrir un taller de tostado y una escuela para capacitar refugiados como baristas.
Después de nueve años de vivir en el exilio, creo que el aislamiento es el reto más grande que enfrentan los refugiados en Francia, además de tener que superar la barrera del lenguaje y de encontrar hospedaje. Es necesario crear más espacios para conocernos y reunir diversas comunidades.
Al final, la mejor manera de no temer a los otros es acercándote a ellos, especialmente en un momento cuando los políticos han instrumentalizado palabras como “inmigración” y “crisis económica”.
Como afirmó Antoine de Saint-Exupéry: “Que sea diferente a mí no me empobrece, me enriquece”.
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