Claudelice Santos es una defensora de derechos humanos y del medio ambiente que viene del estado de Pará, en Brasil. Su organización, el Instituto Zé Cláudio e Maria, lleva el nombre de su hermano y su cuñada, y es una organización de justicia socioambiental que apoya y acompaña a activistas en situación de riesgo.
Aquí, Claudelice comparte cómo su familia ha sobrevivido en la selva amazónica y cómo ahora la protege, junto con a la gente que depende de ella para vivir.
Me llamo Claudelice Santos
Soy de Pará, con profundas raíces en la Amazonía. Vivo en la región sudeste del estado y mi vida siempre ha estado conectada a este territorio. Crecí en Marabá, pero también viví en Nova Ipixuna, un municipio vecino. Aunque por motivos de seguridad, ya no resido ahí.
Mi infancia fue una constante transición entre dos mundos. En el área rural, donde mi familia tenía tierra y vivía junto al bosque, todo estaba lejos y el acceso era complicado. Para movernos, tocaba hacer largos viajes en bote o caminar por horas. De niña, a veces nos transportábamos en burro u otros animales.
Para poder estudiar pasábamos más tiempo en Marabá, en el barrio Morada Nova, porque en el campo no había caminos ni escuelas. Así, los niños no podían quedarse mucho tiempo en la zona rural, pero siempre regresábamos seguido. Por eso, mi vida se dividía entre la ciudad y el campo.
Claudelice Santos, activista ambiental y de DDHH de Instituto Ze Claudio e Maria, posa en Global Citizen NOW: Amazonia en Estação das Docas, 24 jul. 2025, Belém, Brasil.
Mi familia siempre ha estado involucrada en un bosque productivo y sostenible.
Hoy se habla de bioeconomía, pero para nosotros el bosque siempre ha sido nuestra farmacia, nuestra cocina, nuestra despensa y el lugar donde encontramos el sentido de nuestra existencia.
En mi adolescencia y adultez, las condiciones mejoraron. La llegada de los caminos facilitó el acceso a la región, a la reserva, la zona rural y el territorio de los activistas. Esa transformación fue resultado de mucha lucha de las comunidades locales, formadas por recolectores de coco, habitantes del bosque y comunidades tradicionales.
Mi familia siempre ha vivido de la agricultura familiar a pequeña escala, pero principalmente de la recolección de frutos del bosque. El fruto del bosque de Pará es el producto principal, y hasta hoy mi familia sigue recolectando y vendiéndolo para vivir. También hay otros frutos importantes, como la andiroba. Las mujeres de mi familia extraen su aceite, y hay un grupo de mujeres que, desde 2006 y bajo el liderazgo de mi cuñada María, que en paz descanse, sigue fortaleciendo la producción de aceite de andiroba.
Mi bisabuela era una mujer indígena del pueblo Gavião, y mi ascendencia también viene del pueblo Kayapó...
...de hecho, mi bisabuelo era Kayapó. Ellos se conocieron en una situación violenta. A ella se la llevaron a la fuerza (“pegada de cachorro”). Mi bisabuela fue secuestrada, esclavizada y abusada. Mi bisabuelo, que construía y vendía barcos en el río Tocantins, la encontró. Los dos huyeron juntos. Él preparó una balsa más grande, la llenó de comida y un día paró en el puerto para que ella escapara del hombre que la tenía esclavizada. De ese encuentro nacieron mi abuela, mi mamá y finalmente yo. Contamos esta historia en la familia para no olvidar nunca nuestras raíces y, sobre todo, para honrar nuestra historia.
Es muy difícil hablar de derechos humanos y democracia en la misma frase cuando vives en un territorio en donde la democracia no existe y la violencia manda.
Mi niñez estuvo marcada por las risas, los chapuzones en el río Tocantins y la fruta recién arrancada del árbol: mangos, bananas, naranjas, cajús y muchos más frutos del bosque. El bacuri y el uxí eran mis favoritos. Fue una niñez feliz, con valores familiares muy fuertes. Nunca sentí vergüenza de ser hija de agricultores, nueceros y gente del campo. Al crecer en la ciudad, ves que todavía existe un estigma hacia el campo, pero nunca me avergoncé. Cuando entré a la Escuela Familia Agrícola de Marabá (EFA), mi identidad se volvió aún más fuerte.
Yo no me volví activista. Yo nací en este contexto.
Zé Cláudio era mi hermano mayor, el pilar de la familia y la comunidad, y su esposa María era sinónimo de fortaleza, generosidad y valentía. Ella me inspiró y me hizo ver que el conocimiento es la clave para romper barreras. Así formé el grupo de mujeres que todavía existe en mi comunidad a pesar de tanta violencia.
Sin duda, el asesinato de José Cláudio y María marcó un antes y un después en mi vida. Fue un momento que me abrió los ojos: la amenaza no está solo en la región, sino que es una gran estructura de muerte, violencia y narrativas que buscan descalificar y volver aún más vulnerables a los pueblos y comunidades tradicionales.
Tenemos una organización con el nombre de Zé Cláudio y María.
El objetivo principal de nuestro trabajo es la justicia socioambiental. Sobre todo, ayudamos a proteger a defensores y defensoras que están bajo amenaza.
Sabemos que el programa estatal de protección para quienes defienden derechos, el mismo que falló con Zé Cláudio, está descuidado, invisible y es vulnerable. Por eso, con nuestra experiencia difícil, llevamos como bandera la protección y el cuidado de quienes defienden los territorios.
En red con otras organizaciones, monitoreamos no solo la política pública de protección y cuidado en Pará, sino también la política nacional, y creamos nuestros propios protocolos de protección y cuidado.
Contamos con experiencia real en el acompañamiento y protección psicosocial y legal de las personas defensoras que lo necesitan, especialmente cuando el desplazamiento es una amenaza seria. Tenemos un espacio que se llama Casa Respirar Floresta, donde defensores y defensoras pueden encontrar refugio si hace falta.
El gobierno brasileño jamás, nunca, en ningún nivel, hizo algo por cuidar y proteger a Zé y María.
La única “protección” que ofrecieron en su momento a Zé y María era sacarlos del territorio y llevarlos a otro lugar.
en otro lugar, y cambiar sus nombres. Pero ellos no eran los criminales.
El fracaso no fue solo en la protección, sino en todos los procesos para mitigar la violencia, además de observar, analizar e investigar las denuncias. Por eso, el objetivo principal del Instituto Zé Cláudio e Maria es centrarse primero en el cuidado y la protección que necesitan las personas defensoras bajo amenaza, pero también entender que es deber del Estado investigar, mitigar y brindar la protección necesaria a quienes lo necesitan.
Todas las personas defensoras que nos buscan son defensoras de derechos humanos vinculadas a la tierra, el bosque y el agua, y todas se enfrentan a amenazas de algún tipo de capital, muchas veces [y presuntamente] a través de grandes empresas donde resulta que el propio Estado brasileño es la amenaza. Ya sea por empresas autorizadas por el Estado para explotar o que terminan provocando algún tipo de violencia, o por el acceso a información sobre estos emprendimientos o inversiones en territorios.
Es muy difícil hablar de derechos humanos y democracia en la misma frase cuando estás en un territorio donde la democracia no existe y la violencia es el pan de cada día.
Priscila Tapajowara (Presidenta Midia Indígena), Ángela Mendes (Presidenta Comité Chico Mendes), Claudelice Santos (activista Instituto Ze Claudio e Maria) y Vanuza do Abacatal (líder política, defensora DDHH, coordinadora igualdad racial en Ananindeua) asisten a Global Citizen NOW: Amazonia el 24 jul. 2025 en Belém, Brasil.
Pero luchamos con las armas que tenemos y, lamentablemente, sufrimos.
Dentro de nuestras posibilidades y experiencia, tratamos de hacer lo necesario para minimizar, mitigar o reducir esta violencia.
He recibido varias amenazas de muerte, sobre todo después de que Zé y Maria fueron asesinados. No hay lucha por la tierra, el bosque o el agua sin estas reacciones negativas. Nos muestran como enemigos del Estado, nos ven como opositores del desarrollo, aman la naturaleza lejana, aman a los defensores de la naturaleza solo por sus pequeños “likes” en internet.
Pero cuando se trata de acción real, los cuerpos de quienes viven en esos lugares, y que necesitan ser protegidos, son los que sufren. Vemos mucho activismo en línea, pero en el activismo real, la gente sigue muriendo, siendo violentada, criminalizada. Así que mi sueño es que algún día la gente entienda la importancia de quienes protegen los bosques para este planeta y los traten con el respeto que de verdad merecen.
Yo quería ser ingeniera forestal para ayudar a mi comunidad.
Después del asesinato de mi hermano y mi cuñada, tengo una sed de justicia: justicia social y justicia socioambiental. Mi deseo de impactar este planeta es asegurar que todas las personas tengan justicia socioambiental. Que tengamos comida, pero también que no muramos bajo el sol ardiente porque la gente está destruyendo el planeta. Esa es una de mis grandes aspiraciones como defensora de los derechos humanos y del ambiente.
Pero hay que tener el coraje de “tomar leche de tigre” [hacer lo imposible], ¿sabes? Porque no es fácil. Son dos barreras, dos desafíos. El primero es el propio Estado, que pasa por encima de este sueño como una topadora, respaldado por el gran capital, grandes y pequeñas empresas, incluyendo el agronegocio.
Así que no solo es un reto, es peligroso. Hace falta valor, ¿no? El segundo obstáculo —que sigue provocado por el primero y es acogido por parte de la sociedad— es la mirada sobre las personas defensoras como enemigas del Estado o como quienes están en contra del progreso. Este primer grupo, formado por bancos, empresas y el propio Estado, crea historias para desmoralizarlos, desprestigiarlos y mostrarlos como invasores de tierras, enemigos del progreso, revoltosos, delincuentes, vagos —aunque en realidad solo quieren vivir en paz en sus bosques, en sus territorios.
Vengo de una ciudad donde la desinformación se usa para minar, desacreditar y criminalizar a las personas.
Esto afecta principalmente a quienes defendemos la conservación de los bosques y los derechos humanos. Los obstáculos que enfrentamos son enormes y muchas veces trabajar sin restricciones parece imposible. Por ejemplo, hay medidas de seguridad reforzadas en mi casa, dentro de la reserva y en la oficina, todo a causa de estas amenazas.
En una ocasión incluso intentaron incendiar la casa de una defensora. Está claro que no trabajamos con libertad, no podemos expresarnos libremente, pero hay que ser valientes, como decía Maria. Y cuando recuerdo las palabras de Maria, que hay que ser audaces en la lucha, me viene otra frase de Zé. Él decía: “mejor morir luchando que morir por no hacer nada”. Así que las personas defensoras no van a parar. No vamos a detenernos, porque somos mucho más grandes que ellos. Lo hacemos por nuestro futuro. Es para que tengamos un planeta sano. Los desafíos son enormes, pero la valentía de la gente que vive y protege el bosque es todavía mayor.
Mira a Claudelice Santos en Global Citizen NOW Amazonia
Este artículo, narrado por Vanessa Gabriel, ha sido ligeramente editado para mayor claridad.
La serie “In My Own Words” 2025-2026 forma parte del contenido patrocinado por Global Citizen.